28 de noviembre de 2009

SUCINTA INTRODUCCIÓN A LA POLÍTICA CORRUPCIÓN

Capitulo IX

De las consideraciones que anteceden se deduce sin lugar a dudas que la corrupción democrática ofrece unos caracteres específicos muy distintos de los de la dictatorial: un dato mucho más importante que la corrupción cuantitativa de sus prácticas. Lo que de veras interesa no es tanto conjeturar si el poder constitucional extorsiona hoy más o menos que lo hacia antes el franquista sino conocer los factores propios de la corrupción que se desarrolla en un Estado democrático. La presencia de partidos políticos y de sindicatos, la celebración de elecciones, la necesidad de que los ciudadanos abandonen intermitentemente sus ocupaciones privadas para dedicarse a la gestión de la cosa pública, la profesionalización de la carrera política y sindical son factores que inciden muy pesadamente en las practicas corruptas tradicionales prestándoles un sello democrático característico. Cada sistema genera sus propias disfunciones y nada se adelanta con silenciarlas. Los españoles ignorábamos por inexperiencia (y por falta de memoria histórica, claro es) que la democracia tiene unos costes, mas nadie se atreve a decir que uno de ellos es la presencia de una corrupción especifica. Pues bien, ahora ha llegado el momento de abrir los ojos y abordar de frente la cuestión porque lo que está en juego con una corrupción desmedida es la supervivencia de la democracia.

Para muchos, silenciar la corrupción pública es una cuestión de principios. No hay que hablar de ella porque perjudica la democracia. Siempre he creído, sin embargo, lo contrario. Quien desacredita la democracia es el que conoce sus vicios y los silencia. Quien finge ignorar que está saliendo humo es el mejor propagador de fuego.

Negar que nuestra democracia está invadida por la corrupción no es sólo una mentira: es una estupidez. Porque nadie puede creer esa negación de lo patente y, además, se dificulta la mejora. Quien cree que la democracia no puede soportar la crítica de sus defectos, en poco concepto la tiene. Porque, en efecto, poco valor puede tener un sistema político vulnerable a la denuncia de la corrupción. Reconozcámoslo: nuestra democracia está infectada y hay que decirlo sin ánimo de establecer comparaciones con otro sistema político puesto que la corrupción no es monopolio de los regímenes democráticos y flórese lo mismo en la República francesa como en Cuba. La diferencia estriba en que cada régimen político tiene medios distintos de represión, que en unos casos funcionan y en otros no. En las democracias la represión política es muy débil, pero en cambio existe la gran barrera de la prensa libre o semilibre. En la autocracias, la máquina represiva política puede ser muy eficaz (como en China o la antigua Unión Soviética), pero también puede estar completamente paralizada cuando, como es lo más frecuente, el poder es el primer corrupto y, en cambio, no funciona el contrapeso de los medios de comunicación.


Alonso Trujillo


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