En los últimos días del pasado mes de abril, posiblemente el Sr. Curbelo tuvo su contentura en el norte de la Isla, y no por los incendios y las subsiguientes diluciones dinerarias de la “pasta” pública, aunque tampoco me extrañaría, sino porque, al fin, fueron firmadas las actas previas a la ocupación de los terrenos por donde discurrirá, como los burros de antaño, esa travesía que va a arrasar el lánguido pueblo de Hermigua con más de quince mil euros por habitante.
Y es que, efectivamente y a pesar de que lo que se abonará por las expropiaciones debe ser una minucia en comparación con los más de treinta millones de euros del monto total de la obra en provecho de las contratas y sus repartos, vinieron por el pueblo unos representantes de la Conserjería de Obras Públicas del Gobierno de Canarias a solicitar a los propietarios dichas firmas, sin dar ningún valor indicativo, ni máximo, ni mínimo, del precio al que la Consejería estaría dispuesta a pagar, y sin preguntar tampoco cuanto pedía el firmante por su bien a expropiar. Decían que daba igual la firma, puesto que, quien no estuviera de acuerdo podía acudir a los tribunales (¡faltaría más!) afrontando unos gastos judiciales tal vez superiores a lo que cobraría con la minucia, porque la Ley permitía la ocupación del terreno previo un depósito. Una Ley coactiva de “cheque en blanco”, propia de una dictadura o de una partitocracia con voto, que lo mismo dá. No en vano y a pesar de las apariencias, se trata de una ley de “expropiación forzosa”. Si ello es así, yo me pregunto: ¿para que quieren las firmas, si da lo mismo?
Hermigua, un pueblo que fue agrícola y minifundista como tantos otros en La Gomera, tras un enorme esfuerzo en realizar una infinidad de bancales sobre muros de piedra escalonados, ha visto emigrar a sus habitantes y declinar su agricultura ante la falta de rentabilidad o pérdidas en el cultivo. Ello, bajo los auspicios de quienes ponen poliada en sus sillones de autoridad política para eternizarse con sus dádivas, silencios o auto alabanzas, como el consejero palmero de casi todas las consejerías, Sr. Castro, el padrino de la Isla, Sr. Curbelo, y el que fue alcalde, profanador de muertos y compañero de Néstor con interrogación, Sr. Mora. Estos terrenos, que a la fuerza se expropian gracias al impulso, pautas o directrices, de los mencionados señores a la funesta travesía, fueron dedicados al cultivo de plataneras con regadío y algunos de ellos, hoy en barbecho, son calificados mezquinamente de “matorral” por estos de la Consejería que vienen de Tenerife y en beneficio de quienes se llevan el mogollón: contratista y “a látere”. ¿Matorrales? ¿Que matorrales, si podrían volver cultivarse hoy mismo?
A la fuerza, en las dictaduras y en las partitocracias, los paganos siempre son los mismos: los más débiles, los expropiados, los que han de firmar en blanco sin remedio.
Amalahuigue
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