16 de febrero de 2006

La Peineta y el 11-M


Según la prensa, no fue un triquitraque de baja intensidad como los de los “chicos de la gasolina” que están ahora otra vez de moda, sino un auténtico bombazo de 15 kilos de explosivo lo que reventó el Renault 19 de matrículas dobladas que habían robado en Vitoria el mes de mayo pasado. El 25 de junio de 2005, en el mismo día de la jura del presidente del Gobierno Vasco, a las 19 horas de ese sábado explotó el coche-bomba en el parking exterior del Estadio de La Peineta, el cual pretendía ser el buque insignia madrileño para los Juegos Olímpicos de 2012. Tres meses más tarde en Ávila, en la noche del 23 de septiembre, de forma casi idéntica explotaron 15 kilogramos de cloratita en otra furgoneta Renault Kangoo, como aquella de Alcalá de Henares.

Con no más de una hora de antelación, llamadas anónimas a la DYA y al diario GARA advirtieron y reivindicaron en nombre de ETA la autoría del atentado. Inmediatamente ese mismo día, como casi siempre y sin la más mínima duda que indicara en otra posible dirección, se señaló con toda normalidad a la organización terrorista ETA como la autora de uno más de los centenares de atentados que ha cometido en España, con o sin reivindicación previa o posterior. Nadie lo puso en duda, y es que nadie parece que, en estas ocasiones como tantas otras antes y después del 11 de marzo de 2004, haya tenido conocimiento de que el autor o autores de esas llamadas reivindicadoras y atentados no fueran etarras.

Europa Press cuenta que “la Policía española ya conocía desde hacía meses que la banda terrorista tenía entre sus objetivos dañar los intereses olímpicos de la capital de España”, porque “la Policía francesa halló en poder del presunto jefe del aparato internacional de ETA y miembro del núcleo duro militar Peio Eskizabel, detenido a finales de abril, anotaciones sobre varias instalaciones de la candidatura olímpica, entre ellas el Estadio de la Peineta”. Contrariamente al de Hipercord, este atentado de La Peineta, solo unos días antes de la designación de la sede olímpica, fue un “buen atentado” en limpia columna de fuego y humo vertical ascendente, sin imprevisiones colaterales, sin tiros en la nuca, sin muertos ni heridos y con escasos daños materiales, después de que una mayoría del Parlamento español autorizara al Gobierno para negociar con ETA y que esta prometiera no matar políticos. Rápidamente salieron estos, los políticos, a la palestra afirmando que el atentado no influiría en la candidatura de Madrid al ser de “poca intensidad” con daños “absolutamente menores”. Sin embargo, el Sr. Samaranch, nadador de todas las aguas que dice que “no conoce a ningún catalán que no quiera que gane Madrid” como Carod Rovira o Maragall, afirmó y repitió que “un atentado como éste, sin ninguna víctima, tiene una importancia muy relativa”.

A Singapur fueron nuestros más ilustres representantes, sin faltar la realeza, para defender la candidatura madrileña frente a otras capitales tan importantes como París, Moscú, Londres o Nueva York. Algunos garantizaron una utópica “seguridad absoluta” ante la pregunta en este sentido de un monegasco miembro del COI, precisamente, aludiendo al atentado terrorista de La Peineta, lo que molestó a la delegación española, al considerar el tono y la pregunta “inapropiado” y “sorprendente”. Esa sorpresa del Sr. Rajoy, entre otros, es más bien un pataleo de cabo interino, ya que tal cuestión parece ineludible con ese atentado “olímpico” y más de 30 años de terrorismo etarra, sobre todo para quien, presumiblemente como el príncipe Alberto, optaría por la defensa de la candidatura parisina.

Uno ignora si la importancia del atentado de La Peineta en relación con la elección de la sede olímpica a la que se refería el Sr. Samarach era mucha o poca, si fundamental o “la gota que colmó el vaso”, pero lo cierto es que Madrid fue eliminada por unos pocos votos de diferencia, acarreando aquellos daños “absolutamente menores” de la pérdida de 175.000 empleos directos y 6.000 millones de euros de beneficio turístico, según dicen. Total… ¡una minucia de nada!

En cambio fue Londres la nominada en aras de una supuesta mayor seguridad que podríamos considerar que tampoco era “absoluta”, a juzgar por el atentado de Al Qaeda de la semana siguiente, con terroristas suicidas como en Irak, Afganistán o el 11-S en las Torres Gemelas de Nueva York, que dejó un saldo de 52 muertos y 700 heridos en el otro Reino, el Unido, gobernado por un “gilipollas”, según el Ministro español de Defensa, tal vez ignorante del ojo que soportaba la viga.

Tampoco parece fácil determinar la influencia que en la decisión del Comité Olímpico Internacional haya podido tener el otro atentado madrileño del 11-M, tres meses después del frustrado intento etarra para la Navidad en la Estación de Chamartín, y cuya autoría, como casi siempre en España en circunstancias tan difíciles, fue atribuida en un primer momento a esa ETA de “siempre”, también por políticos españoles tan importantes como los señores Aznar, Acebes, Ibarreche, Rajoy o Rodríguez Zapatero.

Este del 11-M fue un “mal atentado” de cerca de 1500 heridos sin los terroristas suicidas que caracterizan los cometidos por Al Qaeda y con una reivindicación poco fiable. Fue un jodido atentado que segó la vida de casi doscientos inocentes, reventando en Madrid los cuatro trenes del amanecer en los que acudieron por última vez a su trabajo cotidiano. En suma, fue este un macabro asesinato masivo unos días antes de las Elecciones Generales en España, cuyas víctimas sobrepasan los miles de muertos, heridos y familiares afectados directamente por la docena de bombas que explotaron y una que no lo hizo. Y es que dicen que una bomba no explotó porque, según previa radiografía de la mochila que apareció por ahí con no se que explosivo antes de ser desactivada por el artificiero de los TEDAX (locuaz en el primer aniversario) que “se jugó la vida” en ello, no tenía los cables conectados al teléfono móvil, lo cual es un “olvido” inconcebible de los terroristas, salvo que haya sido ex profeso.

A diferencia del atentado de La Peineta, este crimen masivo del 11-M ha estado envuelto en la insistente cantinela de la palabra “mentira” desde ese mismo día 11 de marzo de 2004 en que el periódico EL PAIS publicó desde cuatro columnas en su portada una entrevista con el Sr. Rodríguez Zapatero y que alcanzó su punto álgido cuando el día de reflexión se exigió “la verdad ya” en manifestaciones ante las sedes del Partido Popular de toda España y cuando el Sr. Rubalcaba, subcoordinador de la Campaña Electoral del PSOE y que fue también ministro portavoz del oscuro Gobierno del GAL, de la cal viva y del “fácil enriquecimiento”, afirmara públicamente con cara de viejo monje alquimista que “los ciudadanos españoles se merecen un gobierno que no les mienta, un gobierno que les diga siempre la verdad”.

Sin embargo, el Gobierno de entonces no fue acusado de equivocarse por atribuir el atentado del 11-M a ETA, sino de “mentir y engañar masivamente”, o sea, de saber que en el mismo no había tenido la más mínima participación dicha organización terrorista y afirmar lo contrario. Solo miente el que sabe que es mentira lo que dice y yo no tengo ni idea si entonces mintió aquel Gobierno del Partido Popular porque no se quien o quienes cometieron y/o entramaron ese macabro atentado madrileño, como tampoco parece saberlo la Comisión de Investigación Parlamentaria de comisionados políticos metidos a jueces.

Si mintió aquel Gobierno, quienes inmediatamente le acusaron de mentir quizá será porque sabían quienes eran los autores del atentado… y, si lo sabían, si lo saben y lo tienen bien claro, ya sean políticos metidos a jueces, jueces metidos a políticos o simples políticos de mucho o de nada, pues… a contárselo al Juez de verdad, si es que lo hay, porque de verdad, lo que si hay de verdad son casi doscientos muertos sobre la mesa y miles de víctimas, que no solo habrían de “preocupar” al Alto Comisionado, Sr. Peces Barba.

Por otra parte, si el anterior Gobierno de España no mintió, quienes mintieron serán los que le acusaron de mentir en el día de “reflexión” electoral, en cuyo caso, además de los muertos, esa mesa también soporta el cambio de la foto de Las Azores por la de Perpignan. Y esta de Perpignan es una fotografía con una nebulosa imprevisible en la que, en principio y a pesar de sonrisas talantosas y bigotes de mando con pocos votos, bien poco pudimos vislumbrar el común de los mortales.

Uno piensa que con tal reguero de sangre en un asesinato de esa magnitud, como en los secretos sumariales, sería una temeridad cacarear tontamente toda la verdad conocida en los inicios de la investigación, por lo que, de existir las supuestas mentiras gubernamentales, serian una menudencia incluso aconsejable para el descubrimiento de los autores. Lo que no puede calificarse de nimiedad son los muertos, ni tampoco la insistente priorización mediática acusadora magnificando supuestas mentirijillas que, como “espontánea” artimaña engañosa, condujo a la alteración irreflexiva de los ánimos preelectorales de la población con incidencia en los resultados, precisamente, lo contrario de lo que pretenden nuestras Leyes para la víspera de unas elecciones en este Estado proclamado “de derecho” en la aún vigente Constitución Española que no gusta a quienes dice no conocer el Sr. Samaranch, disgusto al se va añadiendo oportunamente por doquier la politiquería del “barrer para dentro”.

Este vil asesinato de tantos inocentes es cuestión no solo de la “inestigmable” casta política española sino más bien de la Justicia, pero de una Justicia de verdad y sin tapujos, independiente de aquella y que también cobra de nuestros impuestos.

Y es que, con mentiras o sin ellas, para saber “la verdad ya” del “¿quién ha sido?”, apresurada e insistentemente reclamado y que aún desconocemos, la Justicia de verdad no puede ignorar a quienes acusaron de mentir y a quienes han dicho públicamente que “lo tienen muy claro”, por si esos hechos pudieran ser indicios de presuntos delitos de calumnia, encubrimiento, complicidad u otra cosa aún peor.


Amalahuigue

No hay comentarios: